jueves, 31 de mayo de 2007

Fidel, de la Revolución al castrismo

De todas las revoluciones que jalonaron el siglo XX, la Revolución Cubana ha resultado ser la más perdurable y su líder Fidel Castro pasará a la historia como el dirigente revolucionario que más tiempo ha detentado el poder.
Nacido en el seno de una familia de hacendados gallegos, Fidel Alejandro Castro Ruz (Mayarí, Cuba, 1926) asistió a prestigiosas escuelas católicas en Santiago y La Habana y, en 1947, siendo todavía estudiante, marchó a Santo Domingo para participar en un fallido complot contra el dictador Trujillo, por lo que tuvo que exiliarse en México.
Sus ideas políticas, fuertemente influenciadas por su admirado José Martí y consideradas nacionalistas, antiimperialistas y reformistas, le llevaron a presidir el Partido del Pueblo Cubano desde 1949.
En 1952, tras su regreso a la isla, decidió iniciar una intensa actividad revolucionaria encaminada a derrocar la dictadura del general Batista, que gobernaba férreamente el país según los intereses capitalistas de Estados Unidos.
El asalto al cuartel de Moncada en 1953 se saldó con un sonado fracaso militar, que no político, pues a pesar de que el edificio no fue tomado ni provocó la esperada sublevación popular, dicho acontecimiento dio una enorme aceptación a sus protagonistas, acrecentada durante el juicio posterior a las detenciones, en el que Castro expuso los fundamentos y objetivos del movimiento revolucionario que encabezaba en un extenso discurso conocido como La historia me absolverá.
Fue condenado a quince años de prisión en la Isla de Pinos, de los que únicamente cumplió dos, gracias a una amnistía que le puso en libertad en mayo de 1955. Abandonó de nuevo Cuba y se trasladó a México donde fundó el Grupo 26 de Julio.
Castro había aprendido la lección y, consciente de que difícilmente conseguiría su objetivo en un entorno urbano, apostó por iniciar una guerra de guerrillas en un medio rural, en la zona más montañosa y de más complicado acceso de la isla: Sierra Maestra.
En diciembre de 1956, y con un contingente de sólo 82 hombres –de los cuales 70 murieron combatiendo nada más desembarcar el yate Granma en la costa de la provincia de Oriente-, el Grupo 26 de Julio logró internarse en el mencionado lugar.
Enseguida, Castro contó con el apoyo y la simpatía de los campesinos, del ámbito estudiantil y de gran parte del clero. Su carisma aumentaba en todo el país y millones de cubanos se unieron tras su figura.
En diciembre de 1958, Fidel Castro, acompañado por su hermano Raúl y sus inseparables Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, llevaba a cabo con éxito la ocupación de Santiago, mientras Batista, viendo cómo se desmembraban sus tropas, y ante la negativa de Estados Unidos de brindarle ayuda, se veía obligado a abandonar la isla.
El 8 de enero de 1959 Castro, triunfante y eufórico, entró en La Habana y, con la inestimable ayuda de las masas populares, que secundaron la huelga general que dio al traste con el intento norteamericano de implantar un gobierno títere en Cuba, se autoproclamó primer ministro el 15 de febrero de ese mismo año.
Las primeras esperanzas en él depositadas no quedaron en saco roto; su primera misión al frente del gobierno fue la de dictar una ley de reforma agraria que expropiaba las grandes propiedades extranjeras para facilitar medios de vida a los campesinos más pobres y, a continuación, la nacionalización de los bienes de compañías norteamericanas en Cuba. Estas medidas propiciaron que un furioso Eisenhower rompiera relaciones diplomáticas con la isla, a la vez que decretaba un embargo comercial destinado a ahogar la economía cubana, para así, forzar la retirada de Castro, pues Cuba dependía casi exclusivamente de sus exportaciones de azúcar a Estados Unidos.
Las relaciones con Kennedy, sucesor de Eisenhower, no fueron mucho mejores. Castro había abierto aún más las heridas entre los dos países al proclamar el carácter socialista de la Revolución Cubana. Era lógico que, ante las dificultades provocadas por este boicot económico, el mandatario cubano se acercara cada vez más a la U.R.S.S –la otra gran superpotencia- y mantuviera reuniones o entrevistas personales más o menos frecuentes con líderes políticos socialistas como Jruschov –“un campesino ruso astuto”, en palabras del propio Castro-,Mikoyan, Ben Bella o Sukarno.
Por si esto fuera poco, en 1962, permitió la presencia en la isla de proyectiles dirigidos soviéticos capaces de alcanzar objetivos en suelo estadounidense. Kennedy, perplejo ante el atrevimiento y la osadía del comandante, exigió la retirada inmediata de estas instalaciones. Jruschov accedió a sus peticiones, por lo que a última hora pudo evitarse un conflicto nuclear entre ambas superpotencias.
Desde entonces, Fidel Castro se convirtió en un personaje demasiado incómodo para la administración norteamericana. Se estima que sobrevivió a más de 600 atentados, la mayoría de ellos diseñados por la CIA, tanto dentro como fuera de Cuba.
Lo cierto es que Castro –si nos atenemos a una memorable entrevista que concedió al periodista italiano Gianni Miná- nunca se preocupó excesivamente por las amenazas y campañas de desinformación vertidas desde Miami por una llamada “contrainteligencia” que una vez, por ejemplo, pensó que era una gran idea difundir el rumor de que en Cuba a los niños se les privaba de sus familias para enviarlos a la Unión Soviética y hacer de ellos buenos y diligentes comunistas. Pensaba que este tipo de información haría sonreír a la “culta”-según sus propias palabras- Europa, y que incluso en Estados Unidos sólo la creerían aquellos empeñados en creer ciertas cosas a toda costa.
El auge del castrismo decaería a partir de 1968, en que Castro dio un nuevo giro a su política exterior; la intensificación del bloqueo económico por parte de Estados Unidos a Cuba y la nueva correlación de fuerzas en América latina, le llevaron a aprobar en 1968 la invasión de Checoslovaquia, a confirmar la “vía chilena al socialismo” y el régimen de Velasco Alvarado en Perú.
Durante las siguientes décadas, Castro gozó de gran reconocimiento y popularidad en los países del tercer mundo. Entre 1979 y 1981 fue presidente del Movimiento de Países No Alineados. En 1979, como portavoz de estos países denunció en la Asamblea General de Naciones Unidas –en otro de sus interminables discursos-, las desigualdades existentes en el mundo y exigió la ayuda a las naciones pobres por parte de los países más desarrollados, para, más tarde, propugnar la cancelación sin previo pago de la deuda exterior de los países pobres, especialmente los latinoamericanos. En 1995, pronunció otro discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, en esta ocasión con motivo del 50 aniversario de esta organización.
A Castro siempre le gustó hablar. Tanto es así, que uno de los argumentos preferidos de sus detractores para empañar su imagen fue el de presentarlo como un dictador con una verborrea tal que era capaz de arengar a las masas durante horas y horas.
Curiosamente, Castro, que jamás ahorró energías en sus discursos públicos, limitó mucho sus entrevistas privadas –los casos de los europeos Gianni Miná e Ignacio Ramonet o el de los norteamericanos Barbara Walters y Dan Rather pueden considerarse excepcionales-.
En agosto de 2006 y con carácter provisional, Fidel Castro, debido a una infección intestinal que le obligó a pasar por el quirófano, delegó en su hermano Raúl, segundo hombre del régimen, los cargos de primer secretario del Partido Comunista, presidente del Consejo de Estado y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Con Castro, Cuba ha obtenido importantes avances sociales, sobre todo en educación y sanidad, materias en las que ha llegado a ser un referente para el resto de países subdesarrollados, pero sus adversarios nunca le perdonarán su dictatorial uso del poder, con un sistemático rechazo y desprecio hacia las libertades individuales, y todo ello bajo un estado de vigilancia absoluta.

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